Guardianas de la memoria

Cuando fusilaron a mi padre yo tenía siete años, pero me acuerdo de todo. Estábamos en la mesa, que no le dejaron ni acabarse la cena y ya no volvió.

Primero lo encerraron en Chiva. Yo iba con mi madre a verlo; luego ya se lo llevaron no sabemos dónde, hasta que al cabo de un tiempo, el tío de otra chica nos dijo que lo habían fusilado.

El mayor de mis hermanos tenía 19 años. Había estado en la “quinta del biberón”, y el más pequeño era una criatura de 21 meses. Sobrevivíamos como podíamos con el estraperlo. Comprábamos fiados huevos en el pueblo y los vendíamos en Buñol a un hogar de niños o los cambiábamos por jabón que luego revendíamos. Íbamos caminando a todas partes, con el miedo a que nos pillara la Guardia Civil. Una vez estaba mi madre comprando tomates, vino una señora y se los quitó. Mi madre protestó y la señora le acusó de hablar contra el régimen. Entonces la llevaron al Ayuntamiento y a pesar de tener testigos, no le dejaron defenderse y le raparon el pelo. A mí me daba mucha vergüenza ver a mi madre rapada, no quería que la vieran así. Le decía: “yo iré a comprar, no salgas de casa”. La vecina que la acusó quería que la matasen por roja y otras le decían: “déjala estar que ya le mataron al marido, pobre señora”.

Vivíamos en la casa de una tía que se exilió a Venezuela, una casa grandísima en la plaza de nuestro pueblo, Yátova, y nos expropiaron la mitad para ampliar el Ayuntamiento franquista. 

Mi madre de vez en cuando cogía el retrato y se ponía a llorar. Recuerdo que veníamos todos al cementerio en Todos Los Santos y esto se ponía muy arreglado con las flores. 

En el 2017 empezamos la exhumación, cuando sacaron los huesos estaba yo aquí y me saltaban las lágrimas de la emoción. Ahora lo hemos enterrado en el pueblo con mi madre, por fin están juntos. Le puse una bandera republicana y una placa que pone “Fusilado en Paterna por defender la república”. Que se entere todo el mundo de lo que pasó.