Guardianas de la memoria

Cuando mi abuela le llevaba la ropa a la cárcel a su marido, la que traía para lavar estaba llena de sangre. Un día sacó a mi abuelo escondido en un fardo de ropa. Como mi abuelo tenía miedo a las represalias sobre su familia, se entregó y entonces fue cuando lo fusilaron. En su última carta le decía: “Casimira, no tengas vergüenza de nada, ves con la cabeza bien alta”.

Nosotras somos partidarias de que no se lleven a los cuerpos de las fosas. Este cementerio debería ser un lugar de memoria, de honra y de estudio. No son muertos normales, son fusilados en tiempo de paz, asesinados injustamente y no queremos volver a esconderlo. Siguen siendo fosas molestas y que incomodan a todos los partidos. Que el sumarísimo fuera anulado, eso sí sería una reparación y que nos enviasen los certificados de oficio y se les dignificara. Reconocer su inocencia por parte del estado es mucho más trascendente que llevarse cada familia los huesos a su pueblo.

Es imposible construir una democracia pisando fosas de inocentes, esto no puede volver a ocurrir nunca y por eso es imprescindible la memoria.